En México y en el mundo, las actividades agrícolas y ganaderas son el sector económico con el mayor alcance en la transfiguración del planeta, de paisajes y ecosistemas, y con los mayores impactos ambientales, además de ser uno de los más relevantes en las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Con poca frecuencia se reconoce esta preocupante realidad, dada la enorme dificultad de diseñar y aplicar políticas eficaces, en las prolijas complejidades sociales y culturales del mundo rural. Lo cierto es que la agricultura y la ganadería son el más importante vector de deforestación y de destrucción de la biodiversidad, de extinción de especies, de agotamiento de recursos hídricos y de suelos, y de contaminación de los mares por aguas de retorno agrícola. También, como sabemos ahora, alrededor de la cuarta parte de las emisiones de gases que provocan el calentamiento global son responsabilidad de este sector. Por un lado, debido a las emisiones de metano originadas en el ganado vacuno, así como en los cultivos de arroz. Por otro lado, la agricultura, particularmente de cereales, es la causa de las más grandes emisiones de Óxido Nitroso (N2O), gas que es 265 veces más poderoso que el CO2 en su potencial de calentamiento de la atmósfera del planeta en un periodo de 100 años. Las concentraciones de este gas en la atmósfera, que se habían subestimado con anterioridad por errores metodológicos de cálculo (incluso en el inventario de emisiones de México), se han incrementado considerablemente en los últimos años, y explican hasta en un 7% el calentamiento total observado en el planeta. (México es el décimo país emisor de gases de efecto invernadero en el mundo).

Esto se debe al uso masivo y excesivo de fertilizantes nitrogenados. Un ejemplo palmario de ello es el Valle del Yaqui, en Sonora, una región con una agricultura de irrigación altamente productiva – el granero de México – que produce trigo para exportación que alimenta literalmente a cientos de millones de personas, principalmente en África y diversos países de América Latina. El Valle del Yaqui fue uno de los centros de experimentación y desarrollo tecnológico preferidos de Norman Bourlag, Premio Nobel de la Paz, quien desde mediados del siglo XX concibió la llamada Revolución Verde, que con nuevas variedades, fertilizantes sintéticos y plaguicidas permitió incrementar de manera espectacular el rendimiento por hectárea de los cultivos de maíz y trigo. En especial, logró desarrollar un tipo de trigo con más granos y de mayor tamaño, y de fuste más corto para evitar que la planta se doblara y estropeara con el peso. Con ello salvó de hambrunas y muerte a miles de millones de humanos en Asia, África y América Latina.

Sin embargo, este logro histórico ha tenido un lado obscuro imprevisto por el Premio Nobel. Los agricultores, como los del Valle del Yaqui, esparcen hasta 300 kilogramos por hectárea de nitrógeno, en forma de gránulos de urea, antes de la siembra, que permanece días o semanas sin utilidad en el suelo. Después, bombean amoniaco anhidro hacia el agua de irrigación una vez que germina y empieza a crecer el trigo. Estas prácticas están prohibidas en diversos países desarrollados. Se estima que los agricultores del Valle del Yaqui aplican más del doble del fertilizante nitrogenado del que verdaderamente se requiere, esto, por el afán de llevar el rendimiento por hectárea hasta el máximo posible, por inercias culturales y falta de apoyo y extensionismo técnico por parte de las autoridades. Las plantas de trigo sólo aprovechan aproximadamente la mitad del nitrógeno aplicado; el resto, es procesado por microbios del suelo de donde obtienen nutrientes, lo que genera al implacable gas Óxido Nitroso que es liberado a la atmósfera. Los agricultores perciben que el costo y el riesgo de fertilizar de menos es mucho mayor que fertilizar de más – ya que no se toman en cuenta los costos ambientales y climáticos. Investigaciones recientes del admirable Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo, fundado por Bourlag (CIMMYT, ubicado en Texcoco, México) han mostrado que el problema es órdenes de magnitud superior a lo que se ha creído anteriormente, ya que la relación entre nitrógeno aplicado al suelo y emisiones de Óxido Nitroso no es lineal, sino exponencial.

Más todavía, las aguas de retorno agrícola que escurren al Mar de Cortés van saturadas de nitrógeno y de fósforo, además de residuales de plaguicidas, lo que provoca zonas de la muerte por mareas de plancton y algas fotosintéticas inducidas por el exceso de nutrientes, lo que agota el oxígeno disuelto en el agua, y mata a peces, crustáceos y moluscos. Esto acaba con la pesca y las formas de vida de comunidades pesqueras ribereñas. Al parecer, a nadie más le importa.

@g_quadri