LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ. EL ECONOMISTA.
Este 22 de abril se conmemoró el Día de la Tierra para alertar sobre los impactos ecológicos que la actividad humana ejerce sobre el planeta. Dentro de estos impactos, la forma en la que nos alimentamos es un pivote central de las actividades de la vida cotidiana en la que podemos y debemos emprender acciones específicas.
En otras ocasiones, en este espacio hemos alertado sobre lo que significa el desperdicio de comida a nivel mundial no sólo en pérdidas económicas, sino también en el impacto ambiental que esto genera. Otra de las mociones que se movilizan como estrategias para generar menor impacto ambiental es comer feo. En este marco, comer feo no significa comer cosas que sean desagradables al paladar o alimentos que provoquen algún daño a la salud de quien lo consume. Comer feo es un movimiento que pretende alertar sobre los grandes desperdicios de comida que se generan por no tener las manzanas suficientemente lisas y rojas, las naranjas sin manchas en la cáscara o las papas con superficies no tan lisas. Todos estos alimentos son desechados en los lugares de gran distribución porque no son atrayentes para el consumidor, que asume que por el aspecto visual irregular de ciertas frutas y verduras, éstas podrían estar echadas a perder. Se sabe que 46% de las frutas y verduras producidas mundialmente nunca llega de la granja al sitio de distribución, porque no reúnen los criterios estéticos para ser comercializables.
En algunos países como Portugal, Francia y Estados Unidos, uniones de granjeros productores han comenzado con este movimiento, no solamente por la pérdida económica que esto significa, sino porque los criterios de selección de frutas y verduras son verdaderamente inflexibles y la producción genera un impacto ambiental. Se han intentado estrategias contra este tipo de desperdicio. Por ejemplo, algunas de las zanahorias bebés que se venden en el supermercado son moldeadas a partir de zanahorias más grandes que no reunieron los criterios estéticos para ser vendidas, pero esto a su vez genera desperdicio de zanahoria perfectamente comestible.
Sabemos por relatos históricos que en tiempos de guerra muchos de los ingredientes feos fueron los precursores de recetas que se formularon con el fin de poder aprovechar al máximo cada ingrediente, no importando el aspecto estético y valorando más el hecho de que en tiempos de guerra hay siempre hambre y escasez. Los métodos de conservación como compotas, mermeladas y salazones respondieron en muchos casos a situaciones sociales en las que comer diariamente era una actividad amenazada por los conflictos bélicos.
Hoy el hambre ni siquiera es un problema que se haya erradicado en el mundo, y el aprovechamiento de todos los recursos que se producen no debería ser una situación que llegue a la práctica solamente en el momento en el que una gran mayoría de la población vea amenazada la certeza de poder ingerir alimento en un día.
El movimiento de la comida fea ha encontrado ecos en una comunidad hipster que promueve la comida fea por medio de fotos en redes sociales. Zanahorias con formas humanas, tomates con forma de corazón, etcétera. no importa si es una estrategia que muchos pudieran considerar frívola, al final puede conllevar una concientización sobre lo que estamos desperdiciando. Mientras que, por un lado, muchos científicos se quiebran la cabeza con maneras más sustentables de producir el alimento, por otro lado, los consumidores tenemos que considerar estas estrategias como parte de un consumo responsable.
Twitter: @Lillie_ML