Algunos, y específicamente el grupo que se apropió de la iniciativa de reconocer las cocinas como patrimonio cultural de los pueblos, no sólo han mostrado ignorancia, insensibilidad y rapacidad al aprovechar la iniciativa para su propia promoción, reduciendo nuestras cocinas tradicionales a simples mercancías destinadas al turismo, sino que ahora se abrogan el derecho de certificar las competencias de las cocineras cuyos saberes se remontan a siglos (si no es que a milenios de prácticas) infligiéndoles la nueva humillación de querer certificar sus saberes por medio de un llamado Sistema Nacional de Competencias, con el sebo de convertirlas en maestras si se registran y aprenden Estándares de Competencia…¿Gratis? La página conocer.gob.mx no lo dice, pero sí insiste en que se trata de crear un mercado de competencias.
Otra academia patito inventada bajo el gobierno precedente. ¿Qué no sería hora de integrar a la oferta académica del Estado una institución seria que estudie las cocinas como concepto, su historia biosocial y variedades mundiales, la ciencia y técnica de su elaboración, la producción de sus insumos, los peligros que corren con la agroindustria, etcétera? Carreras que reconozcan, dignificando, a los sectores sociales dedicados a la culinaria bajo todos sus aspectos y a través de todos sus ciclos. A donde se invite a quienes sí saben, pero sin exigirles absurdos certificados, a fin de que las nuevas generaciones, desprendidas del seno del hogar y deslumbradas por la tecnología, tengan la oportunidad de no dejar morir los saberes ancestrales. Tal vez, una de las 100 universidades prometidas, bajo la coordinación de Raquel Sosa, podría mostrar, finalmente, lo que es una universal escuela de cocinas. Nunca dejaré de insistir en ello: se trata de un tema serio, histórico-ético-cultural-científico-tecnológico. Humano.