Mi cuerpo es un organismo complejo que cuenta con la ayuda de un, hasta hoy, eficiente sistema circulatorio que ayuda a mantenerme vivo. La Tierra, un organismo mucho más complejo que yo, también cuenta con una vasta red formada por océanos, no simples venas y arterias, que mantiene nuestro planeta saludable transportando nutrientes, calor e incluso animales: su propio sistema circulatorio. Este crea la mayor parte de la energía que alimenta sistemas igualmente complejos como son el clima a corto y largo plazo, mantiene y da forma a innumerables ecosistemas, y ha tenido un impacto importantísimo en la historia de la civilización humana.

Las corrientes oceánicas, como la Corriente del Golfo, esa que Nemo y su amigo tortuga cabalgan rápida y alegremente, forman parte de una de las maravillas de nuestro planeta, el Gran Cinturón Transportador Oceánico. Este mueve alrededor del Globo toda el agua oceánica en una serie de ciclos que se repiten una y otra vez, durante milenios hasta hoy. Y suena sencillo, pero estamos hablando de unos 1,500 trillones de toneladas de agua. Pero la maquinaria que pone en marcha todo este ciclo sin fin no es nada más que sol, aire, y un poquito de sal. Otra declaración que suena sencilla.

Hay muchas maneras en que las corrientes de agua funcionan. En las capas más superficiales del océano el principal elemento a considerar es el viento, que mueve el agua a través de la superficie. Las corrientes superficiales se ven afectadas por la Luna, la rotación y traslación de la Tierra e incluso la forma del terreno que hay bajo el agua. Pero más del 80% del agua se mueve por una fuerza más sutil pero más irresistible: la densidad.

En el agua caliente las moléculas están un poco más separadas que en el agua fría, a mayor diferencia de temperatura, mayor diferencia de densidad. Esto significa que en el mismo espacio el volumen de agua caliente es ligeramente menor y por tanto menos pesado, lo que origina que el agua fría tienda a hundirse en el fondo y el agua caliente se eleve a la superficie.

Esto del agua oceánica subiendo y bajando es una una de las mayores fuerzas de la naturaleza. Pero el agua de mar no es sólo agua… es salada. En el agua salada los iones de cloro y sodio disueltos entre las moléculas de agua hacen que ésta sea más pesada que el agua dulce y, por supuesto, se vaya al fondo. Este fenómeno se llama circulación termohalina, del griego para calor y sal.

Estos dos elementos, temperatura y salinidad son el principal motor del Gran Cinturón. En la parte norte del Atlántico por ejemplo, el agua pura al congelarse deja tras de sí grandes cantidades de sal, y esta agua salada se esparce por el fondo del mar hasta que vuelve a salir a la superficie. Ahí el Sol la calienta y circula nuevamente mientras la evaporación la vuelve más salada, repitiendo el ciclo nuevamente.

El agua fría y salada que forma en las latitudes altas es el motor que mueve más de la mitad de toda al agua del Gran Cinturón Transportador Oceánico. Este movimiento de agua caliente provoca enormes cantidades de humedad y temperatura en la atmósfera, lo que provoca básicamente el mismo fenómeno pero en el aire de la atmósfera, produciendo las lluvias, tormentas y todas esas cosas que forman el clima.

La influencia del clima en el dónde pudieron nacer y crecer civilizaciones, eventos como las grandes migraciones de la humanidad (y nuestra comida) y su importancia sobre los asentamientos y las fronteras de lo que hoy son naciones es una de las formas en que estos fenómenos han dado forma a las sociedades que hoy pueblan nuestro mundo.

De esta manera, las corrientes oceánicas y su influencia en el clima definen grandemente la habitabilidad y el color de nuestro planeta, este punto azul donde han vivido todos los humanos hasta hoy, colgando encerrados en nuestra propia atmósfera sobre el oscuro fondo de un vacío sin fin, y sin vida.