MANUEL GÓMEZ GRANADOS. CRÓNICA.
A finales de septiembre de este año, el Banco Mundial publicó en su portal de internet una pequeña historia acerca de los resultados parciales que ha logrado un programa que ellos impulsan en México —en Oaxaca y Chiapas—. El programa se llama Expansión de Finanzas Rurales. Creado en 2015, se espera que el programa concluya en 2020, luego de haber desembolsado 400 millones de dólares de Estados Unidos. Es un programa más bien pequeño, que opera, entre otras comunidades, en una de Chiapas, cercana a Tapachula, donde se producen, entre otras cosas, los llamados toles, una artesanía local; y en otra de Oaxaca, en el corazón del Istmo de Tehuantepec, cuyo clima favorece, como pocos, la producción de mangos.
Una de las cosas positivas que ha logrado y que el gobierno entrante debería considerar, es que ha facilitado que los productores de mango de Oaxaca puedan sacar sus frutas de los lugares donde las producen, de modo que puedan llegar a los mercados, nacionales o extranjeros, donde ahora se venden esas frutas (ver “Pequeños préstamos para llegar a grandes mercados”, disponible en http://bit.ly/BMPeqPrestamos).
La característica más importante del programa es que no ha recurrido a grandes inversiones. Más bien lo ha hecho por medio de pequeños préstamos a los productores, que —como ha sido probado hasta la saciedad— son saldados por los beneficiarios. Ello permite que los recursos no acaben en fondos perdidos y hace posible que, al menos en teoría, puedan ser usados de nuevo para facilitar que otros productores superen la pobreza, que sigue siendo el más grave problema que afecta y limita a nuestro país.
Con la llegada del nuevo gobierno se plantearán nuevos programas para combatir la pobreza. En algunos casos habrá razones para acabar con mecanismos que parecían más preocupados por la lógica del clientelismo que por abatir la pobreza. Ojalá se hagan realidad esas promesas. Además de ello, sería necesario reconocer que el mercado es una realidad que no podemos eludir si queremos superar la pobreza y sus efectos.
En este sentido, sería útil que para cumplir con el propósito de desclientelizar el desarrollo, se reconociera que no es posible eliminar de la ecuación del desarrollo al mercado y se consideraran experiencias como la de este programa, que ha llevado financiamiento a donde los bancos difícilmente llegan, sea por la pobreza o por el aislamiento en el que viven.
Sería útil reconocer como problemas cruciales para la producción en distintos estados de la república, la falta de capacitación para el trabajo y la pobre infraestructura de comunicaciones y transportes. La falta de caminos o la fragilidad de los caminos existentes hace difícil e incosteable para las pequeñas comunidades rurales comprar bienes y servicios del exterior; tampoco pueden romper con la lógica del autoconsumo y ni siquiera imaginar que sus productos pudieran ir más allá de su espacio natural.
A lo largo de las costas del Pacífico mexicano, con excepción de algunos tramos en Sonora y Sinaloa y en las cercanías de puertos turísticos, lo que prevalece es el aislamiento. Ello hace imposible pensar en producir para los grandes mercados nacionales o para la exportación, a pesar de que hay lugares en los que la generosidad del clima hace posible pensar en levantar más de un ciclo anual de algunos productos. Lo que históricamente ha faltado es la capacidad para sacar lo que se produce. Ojalá que experiencias como la de este programa del Banco Mundial en México se aprovechen y se rompa ya con el aislamiento en que vive cerca del 20 por ciento de los mexicanos.