PABLO ISRAEL VÁZQUEZ SOSA. VÉRTICE, DIARIO DE CHILPANCINGO.
VALLE DE TIXTLA, Guerrero. Del habitual maíz elotero, frijol y ejote, hasta las conocidas terciopelo, margarita y tapayola -como aquí dicen al cempasúchil-, de alta demanda en fechas conmemorativas, a principios de los años 2000, en el valle de Tixtla, cinco primeras familias buscaron variar la producción ancestral en campos de su tierra para ir a ciudades potencia en cultivo de flores como crisantemo, gerbera, código, espuma de mar, leonora, chena, codorniz, flamingo o rado, concretamente al Estado de México, en Tenancingo, Santa Ana o Villa Guerrero, desde donde ya habían llegado variedades al mercado tixtleco, pero esas familias –que después lo harían por su cuenta, ya no en grupo- empezarían a gestionar por medios propios la tecnificación en sus tierras después de conocer técnicas, estrategias, variedades, cuidado, en general el trato específico para esas flores únicas en la región del estado que requieren áreas protegidas y procesos de cuidado con mucho mayor esmero, al desarrollarse en un ambiente más bajo y caluroso, con respecto a las zonas mexiquenses, a donde las familias y los profesores mismos Jesús Tizapa Potzin y Ángel Bello Tizapa acuden a traer charolas no de flores ni de semillas, sino de esqueje, esas plantitas modificadas genéticamente y producidas a altísima calidad en Holanda, desde donde llegan a México.
Ambos del barrio de Santuario, segunda generación de cuidadores-productores-vendedores al menudeo, de venta directa (que iniciaron sus papás Pedro Tizapa y Marcelino Bello); con invernaderos que requieren cuidados específicos y flores que cuidan en su salud como personas –priorizando la prevención para que no enfermen de virus y bacterias cada vez más intensos-, para Jesús es desestresante honrar a la tierra, “dicen que nosotros venimos de la tierra; lo que contiene esta tierra, es lo que somos”, mientras que Ángel asegura que este trabajo dignifica, “también une; si algo te gusta, no existe el estrés; vale la pena: es un orgullo y una emoción, es recordar tu niñez”.
“Nosotros todo el año sembramos”, dice Jesús Tizapa Potzin, nacido el 7 de agosto de 1982, del barrio de El Santuario, a quien se le encontró fumigando en este pequeño invernadero en la zona ejidal-de pequeña propiedad de El Molino de este municipio, alistando –como lo ha hecho por años- la producción de maíz y ejote, pero principalmente de las flores, y más concretamente de crisantemo, aunque por estas fechas de agosto hay aquí plantitas de gerbera, tanto germinando apenas como ya floreciendo en pleno, con sus muy encendidos colores tan buscados en el mercado local de Tixtla.
Especies que son de familias diferentes, especifica el también licenciado en Educación Secundaria quien asegura que prefiere estar aquí, en el campo, en la siembra, cuidando sus crisantemos y gerberas, y no tanto en el ajetreo de la movilidad urbana, “aquí todo el año podemos producir, nada más que tienes que dar las condiciones para que se mantenga el buen cultivo”.
Técnica mexiquense aplicada en el valle tixtleco
Una labor eminentemente familiar de los Tizapa, preservada por generaciones e iniciada por su papá, don Pedro, y es que “esto es nuevo; no sé en qué año ni en qué fecha pero (estas especies de flores) las trajeron del sur de África, allá hay silvestres, pero unos holandeses exploradores las vieron y de ahí las llevaron a Holanda, estas plantas las mejoraron, las reproducen y las venden ahora”, detalla el joven Jesús.
– ¿Y cómo llegaron unas flores holandesas a Tixtla?
– Pues por avión, o sea de allá mandan las flores a Toluca y nosotros allá las vamos a traer.
Porque estas plantas, de crisantemo y gerbera, no se dan naturalmente en esta zona del estado de Guerrero, se traen desde Villa Guerrero, Estado de México, “allá es la capital en flores del país; nosotros compramos las plantitas, pero in vitro, es otro trabajo que realizan ingenieros; las hacen crecer y nos la venden en charolas para plantar”.
Aunque se dan todo el año, preferentemente se requiere un clima más fresco que en Tixtla no se tiene, por eso las condiciones en producción con diferentes y requieren más cuidado.
– Ya tenemos desde el 2000 que vamos a traer el esqueje también, aquí no se reproduce, o sea el retoñito de la planta del crisantemo; con compañeros allá nos informamos y a partir de ahí-, dice el joven tixtleco.
– ¿Cómo supieron en el municipio de estas flores, que se podían producir y vender?
– De hecho ya traían a vender, traen; venden las revendedoras que van de aquí a comprar y traen, van a comprar al mercado en Tenancingo, Santa Ana, ahora hay un mercado en Villa Guerrero.
Aquí habla de un entonces proyecto municipal, “de una ingeniera”, con el que se llevó a esos lugares a un grupo de cinco tixtlecos, su papá incluido, “porque iban a hacer un proyecto de sembrar este cultivo aquí en Tixtla”.
Así que fueron, recorrieron zonas de producción, supieron técnicas y básicamente el conocimiento aplicado hasta la fecha se obtuvo de los mexiquenses, mucho más experimentados en cultivos de esqueje y plantitas de gerbera.
Esos primeros tixtlecos, sin embargo, “no sembraron, se les hacía muy caro; iban a sembrar como 6 mil plantas, 7 mil, así que mejor sembraron crisantemos, porque es más barato”.
Surgió después el proyecto de instalación de invernadero en la zona que Jesús llama “de la alberca, con una pequeña unidad de riego; iban a sembrar flores de estas (señala una gerbera)”.
Fue así que en pequeñas cantidades, alrededor del 2006, el entrevistado empezó a incursionar en la producción de la gerbera, aprendiendo de su papá, “hacíamos el trabajo cinco hermanos, de hecho era poco para nosotros, nos tocaba de a poco entre todos en ese proyectito, de ahí mejor decidimos sembrar aparte, más grande”.
Crisantemo y gerbera se venden principalmente en el mercado central tixtleco, “como no es mucha la producción, poco nada más; nos compran de a cinco docenas, ‘las ocupo para revender’, ahora sí que las arreglan con unas ramas verdes”.
En compra directa, esas docenas llegan a costar alrededor de 100 pesos aquí.
Por lo regular el 10 de mayo, Día de las Madres, es la fecha donde se compran más las flores, aunque también en el Día del Padre hay buena venta, “de cajón se venden, son elegantes para esas fechas; como vendemos poco, se van acabando”.
– ¿Ha habido algún tixtleco que sea empresario en producción y venta a gran escala de estas flores?
– No, es caro el producto, las plantas son caras y necesitan mucho cuidado; se estresan mucho, son muy delicadas en cuestión de mantenimiento-, dice Jesús en este “muy sencillito” invernadero de aproximadamente 300 metros cuadrados.
– ¿Cómo cuánto le inviertes para producir aquí?
– Serán como 40 mil pesos este pedacito, de gerbera nomás, pura planta, son como mil 500 (unidades), por lo mismo de que es caro.
Sobre crisantemo, la producción particular de Jesús es de 20 mil unidades, igualmente por lote, al que le invierte unos 4 o 5 mil pesos de puro esqueje. Ahorita tenemos cuatro lotes de 20 mil.
Flores y personas de la tierra misma
Unas plantas que “son muy delicadas” en su trato, reconoce el joven, que se lleva tres meses en la siembra, tratamiento y cosecha, ya que brotó el botón de la flor, cuyo color se sabe con antelación porque el comprador compra por catálogo la variedad de especie.
En gerbera “hay seis colores básicos: blanco, amarillo, rosa, rojo, naranja y fiusha, a partir de esos seis hay 50 variedades; en el mundo hay muchas variedades. Nosotros las cortamos antes de que estén bien abiertas porque queremos que el cliente tenga flor que le dure; hay veces que la gente compra en el mercado de las que ya son de días, 5, 8 días, y ya están bien reventadas, duran dos días en la maceta o el vaso, y ya se marchitaron”.
Lo que Jesús busca es que las flores que vende tarden alrededor de diez días en buenas condiciones, aun de que las gerberas son especies modificadas genéticamente de origen, desde Europa, “aunque lento o rápido, estas flores siempre se venden; van saliendo, normalmente vendemos docenas, o si quiere tres florecitas, se las venden”.
Unos 5 pesos cuesta aquí en Tixtla cada florecita colorida de gerbera, y unos 50 pesos la docena. Dice que ha ido a Chilpancingo y ha encontrado docena en 100 pesos; en la Ciudad de México, hasta en 150 pesos. Dependiendo la temporada, en el Estado de México se llega a encontrar en 15 pesos igualmente la docena, pero siempre dependiendo la altura de la planta y la circunferencia del botón.
– Por sus condiciones, se han de dar mejor en Estado de México-, se le comenta.
– Sí, por la altura, casi 2 mil metros, (en Tixtla) mil 200 y es caluroso; aquí da menos altura y menos tamaño; aquí se ve triste (sonríe), allá está bien parejo, son invernaderos grandes, tendrán como 2 mil metros cuadrados, son ranchos ahí.
Una producción permanente, con unas plantas que no se deben dejar madurar mucho para que la tierra se siga estimulando y no pare de generar las condiciones de producción, “si no como que la estresas y deja de producir”.
La familia de Jesús, concretamente su esposa, vende las flores afuera del mercado local, frente a la primaria “Ignacio Manuel Altamirano”.
– Y si aprendiste esto de tu papá, ¿Le estás enseñando a alguien este oficio?
– A mis hijos, pero a veces no tanto les llama tanto la atención, les digo que de esto vamos a comer ahorita. Son pocas (familias) que se dedican pero yo digo que se mantiene, muchas personas se han dedicado y sus hijos se dedican.
La sugerencia de Jesús Tizapa es que se busquen cultivos y variedades más rentables, aunque dice que comercializar crisantemo y gerbera da para la manutención básica familiar, “no te vas a hacer millonario; de aquí comemos todos, de aquí sale para todo”, dice este campesino que además siembra y vende maíz elotero, frijol y ejote.
“Nosotros estamos para enseñarles, para que aprendan…lo poco que sabemos, no sabemos la gran cosa”, dice sobre las próximas generaciones que quieran adentrarse a esta labor, en un contexto –por cierto- donde hay que actualizarse porque además de nuevas variedades y tipos de cultivo, también van surgiendo nuevas enfermedades en las especies.
– Preservando casi casi tradición con el cultivo de nuevas flores-, se le dice.
– De hecho Tixtla se ha distinguido por el cultivo de flores, más por terciopelo y cempasúchil, o tapayola, le llaman aquí; esto (producir crisantemo y gerbera) no es común.
Un oficio el suyo que hasta considera desestresante, “no andas peleando, no andas pensando en otras cosas, aquí andas disfrutando del medio donde nos desarrollamos; dicen los que conocen que nosotros venimos de la tierra; lo que contiene esta tierra, es lo que somos, y ahora sí que estamos en convivencia con la tierra todo el tiempo”.
Especies poco habituales con los Bello Tizapa
En otra zona de este valle, conocida como La Alameda, Ángel Bello Tizapa, “del barrio más bullanguero” de El Santuario, tal y como lo ha hecho a lo largo de todo el año, todos los años, sigue produciendo, en concreto, familias de crisantemo: flores de código, espuma de mar, leonora, chena, codorniz, flamingo y rado, especies estas no tan cultivadas en Tixtla pero “son muy reconocidas en el Estado de México, son las que comercializan las florerías”.
Una producción local que inicia en las tierras de su papa, Marcelino Bello Dircio, precisamente aquí, donde hay igualmente otros invernaderos, un pionero en cultivo de estas especies desde hace unos 15 años.
– ¿O sea que esta infraestructura es relativamente nueva?
– Inició con un apoyo del ayuntamiento. Se organizaron con mis demás hermanos y recibieron un pequeño apoyo.
Antes de esto la familia -integrada por los papás y ocho hijos- ya sembraba en campos de cultivo, sobre todo terciopelo, cempasúchil y margarita, aunque desde entonces es un productor que Ángel llama “en ambiente protegido”.
– ¿Cómo se dio el cambio de giro en la producción de flores?
– A través de la necesidad, en el combate contra las plagas-, además –dice- por comentarios de otros sembradores de plantas para flor, que le hablaron a don Marcelino de un lugar llamado Tenancingo, en el Estado de México, así que el papá del entrevistado se interesó por incursionar en nuevas formas de producción de otras especies diferentes de su tierra.
Tuvo que ver, en parte, que dos hijos del señor, María y Marcelino, se fueron a estudiar carreras fuera de Tixtla, y llegaban con sugerencias para incursionar en otros cultivos.
Aunque también reconoce Ángel: “el primer obstáculo aquí es la inversión, aquí es una producción de subsistencia: de media hectárea, de 30 a 50 mil pesos”.
Para las flores familias del crisantemo, igual media hectárea, se invierte el mismo monto, aunque lo costoso aquí es arrancar, es decir, gastar para ir generando infraestructura con acero PTR, plástico y malla, “sobre todo los agroquímicos cambian totalmente, la nutrición ya se va directamente a la raíz, abonos que se disuelven, un riego potencializado con sistema de goteo”.
– Ya más tecnificada la producción, ¿Tu papá tenía nociones de eso?
– De hecho mi reconocimiento porque ambos son analfabetas (con su mamá, Mónica Tizapa Martínez), afortunadamente venimos de padre a lo tradicional, que siempre se acompañan a sol y a sombra.
Para levantar esto que la familia tiene ahora, redondeado dos hectáreas juntando sus cuatro invernaderos, iniciaron con aquella gestión ante el ayuntamiento, “nos vimos en la necesidad de seguir reinvirtiendo; hay que hablar del campo que hay que apostarle para que te dé, con fe, y sobre todo porque somos hombres de trabajo, a pesar de que ya somos profesionistas todos los hermanos seguimos en esto”.
Así que además de fraccionar para instalar los invernaderos, hasta han tenido que comprar más terreno, además de ‘subirlo’ porque esta área es inundable; para ello ya usan lama más fértil y manejable, ni pesada ni ligera, que detectan también previo estudio de la planta, de la tierra y sus nutrientes.
– Para esta información más tecnificada, ¿A quién recurrieron?
– Recurrimos a preguntar y a tocar puertas. Hay que reconocerlo: un paisano, Antonio Silva, originario de Almolonga, él, con el mismo amor de paisanos y de compañerismo, nos dio atinadamente trato fitotecnológico a las plantas.
– Ojalá las próximas nuevas autoridades del estado y el municipio le inviertan más en el mejoramiento de esta cadena productiva local.
– Claro, el interés debe estar, nos hace falta -voy a hablar por mis vecinos campesinos-, realmente lo necesitamos; es una ayuda que se la vamos a regresar a la sociedad en comida, en flores, en insumos para ganado. Somos unas de las zonas más abandonadas por la cercanía con la laguna, no tenemos con una unidad establecida, entonces el gobierno no ha volteado a vernos; mayormente esta zona, la más cercana a la laguna, somos los que producimos totalmente las hortalizas.
Un oficio creador que une y dignifica
Como también lo comentó Jesús Tizapa, Ángel confirma se conformó un primer grupo de cinco familias tixtlecas para echar a andar un proyecto de tecnificación de producción de las flores, grupo que se disolvió y básicamente cada quien buscó la producción por su propio lado, aunque hubo familias que decidió ya no invertir más y regresaron a la siembra habitual a campo abierto.
Además de don Marcelino y él, Marcelino hijo, Rutilo, Alejandro y Javier son quienes mantienen la tecnificación en esta zona del valle tixtleco, vendiendo primeramente en el mercado pero después les llegarían compradores de Chilpancingo primero, después de comunidades como Atliaca y El Troncón y municipios como Chilapa y del Circuito Río Azul –Mochitlán, Tepechicotlán, Quechultenango, Colotlipa-, de Zumpango y hasta el área de Mezcala, rumbo a Iguala.
– Pueden venir a pie de invernadero o al mercado-, detalla el entrevistado, quien también dice que en fechas concretas festivas se va incrementando la demanda de las flores, como en Día del Maestro, que hasta se llevan a municipios más alejados de las dos costas del estado, “vecinos, intermediarios, comerciantes, estamos abiertos, la fortuna es que aquí vivimos, estamos a pasos de la producción”.
– Y con producción todo el año, entonces.
– Salvo que llegue otra inundación, claro-, recuerda en referencia a los estragos del huracán Ingrid y la tormenta Manuel de septiembre del 2013, que generó en este lugar prácticamente una laguna de unos 4 metros y medio de profundidad, que bajó completamente seis meses después.
En 2021 el plan es mejorar la tecnificación, ampliar los invernaderos con más ventilación y sistema de microaspersión, con trampas, “para allá vamos”, aunque lo nuevo que están enfrentando los Bello Tizapa son las nuevas bacterias en sus cultivos, “al igual que como los humanos llegan nuevos virus, (en este caso) roya, los hongos, que son más agresivos que los ácidos. (Es) doble trabajo, de contagio fácil, de trasmisión de bacterias, es muy difícil el control, cualquier persona que trabaje en área protegida sabe que el cuidado es más mesurado. La innovación aquí es de día a día, vamos a apostar por abonos totalmente orgánicos, ya hicimos un pequeño proyecto de lombricomposta, abonos foliares orgánicos”.
Como dicen los médicos a las personas, aquí también es vital la prevención, “desde la preparación de la tierra, su desarrollo y cosecha. Inmediatamente hay que sanitizar cada 15 días”.
– Ya estás hablando como un experimentado agrónomo-, se le comenta al profesor normalista Ángel, quien se ríe.
– Así como me viste con mi pequeño de 6 años, toda nuestra vida –voy a hablar de mi familia- de aquí vivimos, estamos hablando de mi ombligo, prácticamente; de nuestra Madre Tierra, que hay que hablarle con respeto.
“El trabajo dignifica, es lo que siempre nos repite mucho mi papá”, sostiene el joven profesionista.
– ¿Tanto esfuerzo y ese extra en aprendizaje vale la pena?
– Sí, sobre todo, el trabajo también forma parte de la educación, de lo que intentamos traspolar a los hijos, me sentiría orgulloso de tener un hijo agrónomo, o un nieto, que hablen de un bonito Tixtla, su gente humilde pero muy trabajadora.
Este trabajo, “también une, no tiene por qué estresar, si algo te gusta, no existe el estrés; claro que vale la pena: es un orgullo y una emoción, es recordar tu niñez”, dice Ángel Bello con la voz entrecortada.