Piensa en esto: Cada pieza de plástico que se ha fabricado aún existe. Por supuesto, con “plástico” nos referimos a un gran número de sustancias sintéticas o semisintéticas; por supuesto un mínimo porcentaje de todo el plástico creado ha sido destruido, pero la tesis se sostiene. El descubrimiento y producción masiva de los polímeros inauguró una nueva era en la naciente sociedad de consumo y la economía de posguerra; una fuente inagotable de materia prima (petróleo) y una naciente industria petroquímica nos dieron una serie de materiales de propiedades en apariencia mágicas: podían ser rígidos o maleables, expandirse, soportar el calor, aislar la electricidad, eran transparentes, opacos o polarizados, se podía convertir en una película invisible y ligerísima, era resistente a las bacterias y otros patógenos, adoptaba cualquier forma que quisiéramos… Así que, por supuesto, nos volvimos adictos a los plásticos, y la industria en respuesta nos inundó de plásticos de un sólo uso.

En la actualidad producimos cerca de 350 millones de toneladas de plásticos al año, de las cuales entre el 35 y el 45% se destina al empaque de alimentos procesados, plásticos que duran sólo unas horas en contacto con nosotros antes de pasar a la incierta cadena que siguen los polímeros una vez desechados. Entre el 3 y el 5% de todos los desechables hechos de polímeros acaban siendo reciclados o reutilizados. Un porcentaje mayor pero no cuantificado se quema, ya sea a la intemperie o en instalaciones de recuperación energética que lo utilizan como combustible para producir electricidad. La gran mayoría de los desechos plásticos termina en vertederos, donde empieza a degradarse muy lentamente, en ocasiones durante miles de años; o en cuerpos y corrientes de agua que acaban por arrojarlo en el lugar donde más daño puede hacer: los océanos. Como ejemplo, el Yangtsé arrastra en su camino al mar más de un millón y medio de toneladas de basura cada año, y en el gran cuerpo azul que son los océanos se encuentran cinco gigantescas islas de basura, abarcando millones de km2, grandes como países de tamaño medio.

Desde los aros de plástico para sujetar latas en six-packs que durante años asfixiaron aves, reptiles y mamíferos marinos por igual, hasta las omnipresentes bolsas de polietileno que las tortugas confunden con suculentas medusas, los plásticos han pasado a formar parte inextricable de la vida de la fauna marina. Empezamos a notarlo con los estudios sobre las redes y aparejos de pesca que atrapan mamíferos, cetáceos y reptiles; con las fotos de cadáveres de aves marinas con el estómago lleno de tapas de plástico o las tortugas con la cabeza y aletas atrapadas en unos aros de sujetar latas. Sin embargo, en tierra firme los botes desechables de bebidas y las envolturas de plástico son también trampas mortales para pequeños mamíferos, aves y roedores; además, al estar expuestos a una mayor cantidad de radiación UV, lo que acelera su degradación, estos desechos acaban convirtiéndose en una amenaza para los humanos, en la forma de microplásticos.

Estudios realizados en la década pasada han encontrado estas partículas de plástico de apenas unas décimas de milímetro de diámetro en aguas de todos los océanos del mundo, incluyendo los que rodean la Antártida. Al ser ingeridos por cualquier organismo (no sólo se ven comestibles, algunos huelen como comida) se acumulan en los tejidos de manera permanente, y al servir de alimento para especies de mayor tamaño se van acumulando en cantidades cada vez mayores hasta ser consumidos por los humanos. Estudios realizados en 2018 encontraron microplásticos en las heces de todos los participantes del estudios. Si bien no hay estudios que cuantifiquen el daño real de los microplásticos en nuestro organismo, sabemos que el consumo de esta clase de materiales aumenta considerablemente las toxinas presentes en nuestro cuerpo y se acumula en órganos y tejidos.

Pero nuestra dependencia del plástico no hace sino aumentar cada vez más conforme encontramos nuevas cualidades en él, gracias a una industria encantada de satisfacer todas nuestras necesidades con productos desechables. Si a eso le sumamos el hecho de que a nadie parece en importar en realidad el reciclar un porcentaje sensible de nuestros desechos plásticos, y a los escasos o nulos esfuerzos por eliminarlo del medio ambiente -como no hacemos con nada, ya puestos- parece inevitable que el delicado equilibrio que mantiene la vida en nuestro planeta se vea alterado de manera irremediable. Pero eso, claro, no lo veremos nosotros. Lo verán nuestros hijos, o los suyos, si no hacemos algo pronto.

[email protected]