JUAN CORTINA GALLARDO. LINKEDIN.COM.
A pesar de que el sector agropecuario fue el único en México que registró un crecimiento en medio de la crisis económica provocada por la pandemia, la industria de las semillas oleaginosas ha sufrido graves afectaciones. La problemática de este sector es multifactorial. Por ello, estamos obligados a reflexionar en la necesidad de construir resiliencia en esta agroindustria y, en general, en el sector agroalimentario, a fin de estar mejor preparados para enfrentar crisis como ésta que sucedan en el futuro.
La reducción del turismo en nuestro país durante el primer año de la pandemia produjo la baja demanda de alimentos en el sector hotelero y restaurantero. La carne bovina y porcina fueron algunos de aquellos productos que disminuyeron su consumo y, en consecuencia, provocaron la caída en la demanda de las fórmulas alimentarias que son preparadas con derivados de oleaginosas para alimentar los ganados bovino y porcino.
Empresas como Rasaga, Agydsa, Cargill, Proteínas y Oleicos y Arthur Daniel Midland (ADM), que representan el 88% de la capacidad nacional de molienda de semillas oleaginosas, han hecho importantes inversiones en las plantas establecidas en el país con el objetivo de reducir costos de producción y expandir los servicios. Sin embargo, el panorama de incertidumbre causado por la pandemia y algunas medidas económicas tomadas al interior del país, han hecho que estos y otros planes de inversión se detengan o anulen totalmente.
Las afectaciones, no obstante, se observan de manera diferente en cada producto. Para las semillas de girasol, por ejemplo, se espera que la producción se estabilice en 8,000 toneladas; sin embargo, con la eliminación de programas gubernamentales, los productores de esta semilla han perdido interés en su cultivo, pese a los esfuerzos de empresas multinacionales en promover su producción.
El cacahuate, por su parte, se ha visto afectado en su consumo nacional con una reducción de 46% debido a la caída en la realización de eventos sociales o el cierre de bares, cines y otro tipo de espectáculos donde suele consumirse este producto. A final de este año, la proyección sobre el cacahuate es la disminución de 10% en su producción, lo cual se debe principalmente a la reducción de la superficie plantada en Chihuahua y San Luis Potosí, así como la migración de los agricultores hacia cultivos más rentables como el maíz.
En los últimos 17 años, la industria del aceite de palma venía creciendo hasta posicionar a México en el segundo lugar mundial en la producción de este producto. El logro alcanzado se debía principalmente a programas gubernamentales que alentaron las plantaciones en Veracruz, Tabasco, Chiapas y Campeche. No obstante, la competitividad de esta agroindustria se ha puesto en riesgo debido a la desaparición de los programas antes mencionados, medida que fue tomada a raíz de la preocupación expresada en varios niveles sobre la sustentabilidad e impacto ambiental en el cultivo.
Aún así, los expertos coinciden en que en el futuro próximo puede haber un ligero crecimiento en el sector. Para el año comercial 2021/22 se espera que la producción de oleaginosas se incremente 12%, en su procesamiento, un 3.8% y en el consumo, 3.9%. En cuanto a la demanda de aceites vegetales, el crecimiento iría a la par del progreso económico nacional y el crecimiento demográfico contemplado en 1%. Mientras que la demanda de harinas oleaginosas utilizadas para la alimentación animal se prevé que crezca en la medida en que se recuperen los sectores avícola y ganadero.
En conclusión, el crecimiento del sector de las semillas oleaginosas depende de diversos factores económicos, pero también de la creación de programas y apoyos gubernamentales de emergencia que le permitan salir de esta situación lo más pronto posible. Como integrante del sector agropecuario del país estoy convencido de que es tiempo de salir a buscar y encontrar las oportunidades por medio del diálogo y la negociación. En la medida en que observemos con claridad las necesidades de cada sector, podremos tomar mejores decisiones y construir mecanismos de resiliencia para todo el sector agropecuario en general, logrando así efectos positivos no sólo en el futuro próximo, sino a largo plazo también.