ELEANE HERRERA MONTEJANO. CRÓNICA.
Garciadiego hizo un recuento de los aspectos que cambiaron en la agricultura con la llegada de los españoles y de la ganadería, la cual se percibió como una auténtica plaga que afectó los ecosistemas y suelos.

“Cuando México se dio cuenta de la bomba que era el crecimiento demográfico, allá por 1970, se hizo un plan demográfico, un control de la natalidad. En cambio, no veo algo similar en materia ambiental; podría decir que se postergó irresponsablemente todo un plan que se requería con la misma urgencia que el control de la natalidad. No lo hicimos, llegamos tarde a la conciencia ambiental y ahora estamos pagando muchas de esas tardanzas”, señaló el historiador y Premio Crónica, Javier Garciadiego Dantán, durante la mesa “Recursos naturales, historia y naturalistas en México”, penúltima del 5to Encuentro Libertad por el Saber, organizado y transmitido por El Colegio Nacional.
En la mesa participó también el científico y Premio Crónica, Antonio Lazcano Araujo, y bajo la moderación de la bióloga Julia Carabias, se analizaron algunas rupturas importantes entre la relación sociedad y naturaleza en los periodos de la Colonia, Independencia y Revolución.
Garciadiego hizo un recuento de los aspectos que cambiaron en la agricultura con la llegada de los españoles y de la ganadería, la cual se percibió como una auténtica plaga que afectó los ecosistemas y suelos. Describió cómo ante el crecimiento demográfico y la industrialización aumentó también el consumo de los bosques maderables, así como los oficios relacionados a la tala y venta de leña o carbón.
“Esto habla del impacto que tuvo la conquista en nuestras dietas, agricultura y en nuestros bosques maderables, así como las consecuencias que pudo traer para el agua y el aire”, apuntó.
Por su parte, Lazcano opinó que tendemos a idealizar el mundo prehispánico como si fuera una arcadia dorada como la que pintó Diego Rivera, cuando en realidad la media de vida era muy baja y la gente estaba sujeta a una serie de enfermedades. Sin embargo, destacó que en ese entonces había un conocimiento empírico extraordinario sobre las virtudes medicinales de flora, fauna, minerales y una serie de prácticas como el temazcal.
Señaló que a pesar del orgullo nacional sobre la riqueza ecológica del país, la consciencia y esfuerzos por protegerla son muy recientes.
“Aparece un grupo de personas excepcionales en los años 60s, donde destacan Arturo Gómez Pompa y José Sarukhán. Esto coincide con un fenómeno de renovación de la enseñanza de la biología que se da en EUA”, elaboró.
Explicó que después de que los soviéticos pusieran en órbita al Sputnik, el mundo se dio cuenta de la necesidad de impulsar las ciencias y matemáticas, resultando en grupos dedicados a promover la enseñanza de química, física, biología, etc.
“Mientras en Europa se estaba institucionalizando la ciencia y creando las grandes academias que se multiplican en muchos países, en México en realidad la ciencia la hacían unos cuantos pioneros iluminados que recogían la obra de Clavijero, de Humboldt, que eran grandes químicos pero muchos trabajaban de forma aislada”, ahondó.
Comentó que a finales del siglo XIX hubo un proceso de institucionalización del conocimiento cuando empiezan a aparecer personajes en el positivismo muy preocupados por preservar la riqueza de México, entre los que destacó el personaje de Doña Leona Vicario, a quien consideró un ejemplo de cómo las ideas más avanzadas de la biología y ciencias sociales llegaban al país, y de cómo las mujeres participaban en ese proceso del conocimiento científico.
“Nosotros en realidad somos contemporáneos de los grandes ecólogos mexicanos que han hecho algo excepcional: han insistido no sólo en el conocimiento de la riqueza faunística y florística de México – habría que incluir a los hongos, a los protistas, y a los microorganismos- sino que además insisten en la necesidad de defender esa riqueza como elemento esencial para garantizar desarrollo armónico de la sociedades”, declaró.
Juzgó que al tratarse de un fenómeno tan reciente, tenemos oportunidad de enriquecerlo, adaptarlo y mejorarlo; así como de percatarnos que atrás de la defensa del ambiente está la defensa de una sociedad más igualitaria, armónica, y sana, “en donde la riqueza biológica pueda ser utilizada como una realidad adaptada al siglo XX, que dé cuenta de que hay prácticas -individuales, colectivas, personales e industriales- que simplemente no podemos seguir llevando a cabo”, concluyó Araujo.