
Cómo veíamos en la entrega anterior, el maíz ha sido históricamente uno de los cultivos más importantes por su impacto en la población mundial. No sólo para los pueblos de América, sino para los de Asía y África, toda vez que tras la conquista de México, los españoles llevaron el nuevo cultivo a todas sus colonias y de ahí se extendió por el mundo, y se volvió base de la alimentación de diversos pueblos, especialmente los africanos, que no contaban con ningún cereal cuyo cultivo estuviese ampliamente extendido.
Para muchos pueblos de África el maíz es aún hoy la principal fuente de proteínas en su dieta; esto por desgracia solía acarrear severos problemas de malnutrición o incluso hambruna, dado que el maíz que existía hace algunas décadas no era lo suficientemente rico en ciertos aminoácidos esenciales que el cuerpo humano es incapaz de producir por sí mismo, como la lisina y el triptófano, sin los cuáles la síntesis de proteínas en el organismo se ve interrumpida. Todo esto cambió gracias al trabajo de una de las mujeres más insignes de la ciencia mexicana, la bioquímica Evangelina Villegas Moreno.
Evangelina nació en la Ciudad de México en 1924 y se tituló como bioquímica en el Instituto Politécnico Nacional. Si tomamos en cuenta que a principios del siglo XX pocas mujeres mexicanas tenían acceso a la educación superior, el hecho de que comenzara a trabajar en el Instituto Nacional de Nutrición y en la Oficina de Estudios Especiales, en un programa cofinanciado por la Fundación Rockefeller y la Secretaría de Agricultura; para posteriormente ser admitida a una especialización en cereales en la Universidad de Kansas, e inmediatamente después conseguir un doctorado en química de cereales y fitotecnia por la Universidad Estatal de Dakota del Norte, es fácil comprender cómo su intelecto superior lograría lo que nadie antes que ella había logrado.
En 1967 regresó a México a trabajar como investigadora del recién formado Centro Internacional de Mejora del Maíz y el Trigo, CIMMYT. Ahí conoció al Dr. Surinder Vasal, genetista indio que fungía como mejorador en el CIMMYT (un “mejorador” es la persona que se encarga de desarrollar semillas) y la colaboración de estos dos investigadores tenía como fin producir un maíz que tuviera unas cualidades organolépticas suficientes para suplir las carencias en la dieta de los pueblos que tenían este cultivo como base. Y su trabajo rindió frutos: durante más de diez años se dedicaron a procesar, manipular, cultivar y analizar más de 25,000 muestras de maíz cada año, y para finales de los 80 habían logrado formar un banco de semillas QPM (siglas en inglés para proteína de maíz de alta calidad) que proporcionaban el doble de lisina y triptófano que el maíz común, mientras que conservaba un buen sabor y un alto grado de nixtamalización.
Por desgracia su investigación cayó en el olvido hasta principios de los 90, cuando el CIMMYT consiguió fondos para continuar con el proyecto. Las primeras variedades de maíz QPM se pusieron a prueba en Ghana, y posteriormente en China y México. En Etiopía se demostró que los niños alimentados con maíz QPM ganaban alrededor del 15% en peso y talla comparados con niños alimentados con maíz normal. Eventualmente lograron reproducir estas cualidades en diversas variedades de maíz, lo que les valió a Evangelina y Surinder ganar en 2000 el prestigioso World Food Prize, y Evangelina fue la primera mujer en la historia en recibirlo. Todas las universidades donde la doctora Villegas estudió alguna vez le rindieron honores, en incluso la Universidad de Kansas la nombró Alumna Sobresaliente e instituyó un premio que lleva su nombre.
Esta es una pobre semblanza de la vida de una de las mexicanas más influyentes, a mi ver, de la historia moderna. No sólo fue ejemplo de dedicación y empeño en sus investigaciones, Evangelina se tomaba el tiempo para conseguir becas para los niños que cuidaban que los pájaros no se comieran las semillas en los campos experimentales del CIMMYT, fue durante muchos años mentora de grupo de jóvenes científicos de Asia y África, y hasta su muerte (en 2017) formó parte del Grupo Politécnico Mexicano, organismo que promueve y fomenta la ciencia y la tecnología en México. Más allá de todos los honores mundanos, a Angelina le deben una vida sana millones de niños que gracias a su trabajo tuvieron una alimentación balanceada, una infancia sana y una vida más larga y feliz, a lo largo y ancho de todo el mundo.