ANTIMIO CRUZ. CRÓNICA.
NUESTROS CIENTÍFICOS. Caminando, navegando en una pequeña lancha o “panguita” y acampando largas temporadas en humedales, con su esposa e hijos, Eduardo Palacios Castro es reconocido como científico y como conservacionista
En 2015 el Programa Manomet de Recuperación de Aves Playeras le entregó al mexicano una edición especial del Premio “Pablo Canevari”.
Hay miradas que pueden comprender fenómenos ecológicos complejos al observar con atención la conducta de los animales. Ese es el caso del doctor Eduardo Palacios Castro, científico mexicano que ha dedicado más de 30 años al estudio de las aves que habitan la zona intermareal de las costas de la Península de Baja California y que, a través del comportamiento de ese tipo de fauna ha aportado información fundamental sobre las interacciones mar-tierra. “Las aves playeras son el indicador del estado de salud de los humedales, que es un hábitat que va desapareciendo rápidamente”, cuenta a los lectores de Crónica.
Caminando, navegando en una pequeña lancha o “panguita” y acampando largas temporadas en humedales, con su esposa e hijos, Palacios Castro es reconocido como científico y como conservacionista. En 2015, durante el 30 aniversario de la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras (WHSRN, por sus siglas en inglés), el Programa Manomet de Recuperación de Aves Playeras le entregó al mexicano una edición especial del Premio Pablo Canevari.
Desde hace 20 años, ha formado varias generaciones de jóvenes investigadores como parte de su trabajo científico en el Departamento de Biología de la Conservación, en Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), Unidad La Paz.
Uno de sus proyectos más recientes describe el daño que provocan a las aves playeras migratorias las actividades humanas como el turismo, uso de vehículos automotores y paseos con perros, en zonas que ellas usan para descanso y alimentación después de volar miles de kilómetros:
“Cuando las aves playeras perciben el disturbio humano como riesgo de depredación, hay un costo energético, ya que realizan vuelos de evasión y gastan energía. Esto reduce el tiempo de alimentación y descanso porque lo invierten en vigilar. En el caso de cambios en la distribución, las aves playeras se desplazan a localidades con menor disturbio, pero éstas podrían ser menos productivas en cuanto a alimentación. Por ende, hay una cuestión de degradación de la calidad del hábitat por razón o a raíz del disturbio humano que sucede en un sitio. El problema es cuando no hay localidades alternativas para que las aves se muevan”, dijo al referirse a este estudio que realiza junto con el Maestro en Ciencias Jonathan Vargas. Juntos evaluaron el efecto del disturbio humano en la densidad de aves playeras en la Ensenada de La Paz.
Algunos ejemplos de las aves playeras con las que ha trabajado son el zarapito pico largo (Numenius americanus), el ostrero americano (Haematopus palliatus), el playerito occidental (Calidris mauri) y el chorlito nevado (Charadrius nivosus).
MAR Y TIERRA.
El doctor Palacios retoma la idea de que las aves playeras son un indicador del estado de salud de los humedales, por lo que no sólo hay que pensar que su cuidado es una excentricidad ecologista sino que revela cómo los humedales costeros van desapareciendo rápidamente, porque son muy demandados al tener agua dulce y ser atractivos para los desarrolladores inmobiliarios y el turismo.
“El estudio de los ecosistemas de playa tiene varias aristas, por ejemplo: está la cuestión legal donde hay un vacío de definición sobre a quién le corresponde vigilar estos hábitats, si a la Marina, al municipio, a la federación. Su estudio también contiene preguntas sobre la cuestión bioenergética, porque siempre ha habido discusión de si los humedales importan o exportan nutrientes del medio marino. Además, en la cuestión de conservación, los humedales son ecosistemas muy dinámicos y complejos que no se pueden cercar o limitar y eso hace su manejo bastante complicado”, detalla.
Originario del municipio de Los Cabos, Baja California Sur; específicamente del pueblo llamado Miraflores y después criado en la comunidad vecina llamada Caduaño, Palacios Castro es hoy autor de más de 50 publicaciones científicas en revistas indexadas y sus datos han sido citados en más de 600 trabajos de diferentes autores que trabajan temas como zoología, metapoblaciones, humedales, biodiversidad y conservación.
“Desde niño me gustaba vagar por el monte y mis padres me daban permiso”, cuenta el hombre que de niño cazaba palomas con resortera, pero que cuando se volvió adolescente y después adulto enfocó su vida a salvar poblaciones de aves marinas y costeras, migratorias y residentes.
“Después de terminar mi preparatoria en el Centro de Estudios Técnicos del Mar, en La Paz, estudié Biología Marina e hice mi servicio social en el Museo de Zoología. Ahí había un maestro que me mandó a campo a recolectar aves para didáctica, en clase de zoología. En esos años encontré una colonia de aves Charrán mínimo, que no es una ave playera, sino marina. Me interesó mucho y con esa especie hice mis tesis de Licenciatura y de Maestría”, platica a los lectores de este diario.
Eduardo Palacios cursó la licenciatura en Biología Marina en la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS); luego hizo su maestría en ciencias en Ecología Marina en el CICESE, y su doctorado de la Universidad de California-Davis, en Estados Unidos.
“Poco antes de que terminara mi Maestría conocí a mi esposa, Lucía, quien es bióloga. Esto es un dato muy importante porque si ella no fuera bióloga hubiera sido muy difícil hacer lo que he hecho. Mi esposa también trabaja en campo, y me ayudó mucho cuando hice mi tesis sobre el Pelícano pardo, en Bahía de Los Ángeles. Y cuando hice el Doctorado en la Universidad de California en Davis nos fuimos juntos. Ya había nacido nuestro primer hijo, Eduardo, que estaba por cumplir tres años, y allá nació nuestro segundo hijo, Daniel. Siempre hemos hecho un equipo.”, indica el investigador.
Eduardo Palacios y su esposa, Lucía Alfaro, participaron en la fundación de la asociación civil Terra Peninsular, con la que han trabajado en aves migratorias y la conservación de hábitats. Independientemente de este trabajo de conservación, desde los años 80 solían realizar conteos de aves en terrenos difíciles sin la tecnología que usan hoy en día.